MARIO VARGA LLOSA Y LA LIBERTAD
- Jose Galiano la Rosa
- 23 jul.
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 1 oct.
José Galiano La Rosa
No se conoce una casa con solo ver su fachada, es necesario recorrerla por dentro, ver de qué están hechos sus pisos y paredes, entrar a sus habitaciones, abrir sus ventanas, respirar su aire a profundidad, ver lo que la rodea; esta forma de mirarla, la aprendemos cuando somos mayores y hemos entendido la importancia de reconocer por nosotros mismos su entorno y no por las versiones que de este nos hayan contado. Él había oído hablar de la casa socialista, solo tenía la descripción que otros le habían hecho de ella, los colores que tenía en su fachada, la gran puerta de entrada, sus hermosas ventanas; le mostraron desde afuera, lo que querían que imaginara de su interior; era joven, veía todo con el mismo acelere con el que bullían sus hormonas y fue así como se enamoró de esa descripción fantástica, la que los buenos vendedores saben hacer de aquello que aspiran a vender y decidió comprarla antes de entrar. En los años de la juventud, no era extraño ni errado, afanarnos al hacer nuestras elecciones, eso era lo más acorde en esa etapa de la vida; el torrente sanguíneo se encargaba, de transportar las moléculas que nos permitían enamorarnos una y otra vez, de personas e ideologías y mucho más. Mario Vargas Llosa, compró muy joven su primera casa ideológica; no fue un acto de irresponsabilidad, al contrario, fue por aquellos días, en los que algunos personajes vendían el socialismo como la más bella casa que podrías llegar a tener y lo presentaban con una fachada impresionante e incluía como balcón principal una revolución. Miles de jóvenes, al igual que él, se dejaron seducir por el discurso ideológico, pero al entrar, se dieron cuenta que todo era fachada, que en su interior, las puertas no se abrían hacia la libertad, sino que por el contrario, se cerraban para encarcelarla; en los pasillos no había la alegría que se vendía en la publicidad, en cambio había rastros de sangre; el gran patio no tenía arbustos con flores, ni árboles con frutos, que permitieran alimentar al pueblo, los pocos árboles que la revolución socialista no había arrasado, habían sido convertidos en paredones o cepos que lejos de servir para devanar la seda, eran utilizados para asegurar la gargantas o las piernas de quienes eran considerados “oposición”; adentro nada se parecía a lo que habían ofrecido. Él no lamentó haber entrado, porque fue la mejor forma de conocer la realidad, cada paso en su interior le mostraba que no era lo que buscaba o anhelaba. Su mejor maestra, la vida, le permitió vivir aquello que tanto condenó, las dictaduras, la represión y el desconocimiento de los derechos humanos. En sus años de juventud, Vargas Llosa fue testigo de la forma en la que en Latinoamérica, algunos países cambiaban abruptamente de un gobierno democrático hacia el establecimiento de una dictadura; felizmente algunos de ellos pudieron retornar por la senda democrática, como es el caso de Uruguay, Brasil, Paraguay, Chile, Colombia y Perú, mientras que otros como Cuba, Venezuela y Nicaragua aún permanecen en esa lamentable situación, solo dando origen a cambios en las figuras de los dictadores y para vergüenza de la región, algunos de ellos lograron morir de viejos cómodamente en sus camas, dejando atrás una gran estela de muertos, una deplorable situación social y un profundo estancamiento económico. Vargas Llosa tuvo el valor en cada libro, en cada conferencia, reunión o entrevista, de denunciar las dictaduras y cuando su voz se hizo universal, no perdió oportunidad alguna para recordarnos que la libertad hay que conquistarla y cuidarla, pues no cae del cielo como el maná y es como el aire, no se aprecia hasta que nos hace falta; los millones de desplazados forzados de Latinoamérica y del mundo nos dan testimonio de ello, sin embargo en los años del llamado “boom de los escritores latinoamericanos”, se podría afirmar que solo Vargas Llosa tuvo el valor de reconocer su error inicial y de convertirse en el más ferviente defensor de la libertad; en varios momentos de su apasionada vida, nos recordó que “sin libertad no puede haber democracia” y nos reafirmó que “la democracia sin ser perfecta, es la mejor o por lo menos la menos mala forma de gobernar”. La casa del “socialismo” se mostró a sus ojos sin adornos, sin cortinas que le permitieran disfrazar la verdad y le permitió darse cuenta a tiempo, que había entrado a una casa diferente a la que le habían dibujado, en donde la palabra Libertad era inexistente. El Nóbel, aunque considerado por algunos, como un ser beligerante, se ganó el respeto universal, por ser antes que nada un fiel amante de la Libertad; su más grande obsequio al mundo fue su congruencia, pues en cada momento de su vida la enarboló como un principio no negociable; recorrió su camino, como un hombre libre, su vida pública y privada siempre tuvieron la misma bandera, la de la Libertad; su vida amorosa, criticada por algunos, también fue reflejo de su forma de pensar, vivió con quien sintió que debía vivir y no prestó atención a lo que los demás creían que debería ser. El premio Nóbel, se apartó ideológicamente de casi todos los escritores de su época, quienes no fueron capaces de reconocer que se habían equivocado y se mantuvieron como residentes de aquella casa levantada en las bases del socialismo; el valor que se requiere para reconocer un error suele ser de dimensiones incalculables y más si lo comparamos con la hipocresía que supone saber que se está equivocado y continuar por el mismo camino y lo que es peor, inducir a otros a ir por él. Vargas Llosa, nos hizo conocer de la importancia de saber leer, fueron muchas las ocasiones en las que le hizo sentir al mundo que aprender a leer a los cinco años, era tal vez lo mejor, lo más grande que en su vida le había sucedido, leer lo hizo libre, lo acercó a grandes escritores y le permitió admirar y controvertir a varios de ellos; leer lo llevó hasta Jean Paul Sartre, el filósofo que puso al mundo a hablar de “libertad y responsabilidad”, así unidas. Haber vivido la opresión de un padre que en su juventud le cercenó su Libertad, ingresándolo contra su voluntad, al Colegio Militar, Leoncio Prado, del Callao, en el Perú, en donde se suponía que le corregirían todo aquello que a este no le gustaba, fue para él de gran beneficio, porque le permitió apartarse de la esclavitud en la que vivía con su progenitor y además le permitió conquistar tiempos y espacios en los que se pudo dedicar a su pasión, la lectura; allí se encontró con muchos de los libros que influyeron en él, con escritores clásicos de la literatura universal como Víctor Hugo, Alejandro Dumas, Julio Verne, William Faulkner y Ernest Hemingway entre otros y también con grandes representantes tanto de la literatura de su amado Perú como de Latinoamérica, que le ampliaron sus horizontes, haciendo a su cerebro aún más ávido de conocimientos y a sus manos más deseosas de escribir; el mundo que descubría, acrecentaba su deseo de vivirlo en Libertad. Existen múltiples palabras que atraen, entre ellas Libertad y amor, estas suelen ser pronunciadas en distintos contextos, pero ambas necesitan ser conquistadas y sostenidas; para muchos resulta fácil escribir sobre la Libertad al tiempo que cohonestan con gobiernos totalitarios y esclavizadores, escribir sobre el amor, mientras difunden odios, pero escribir creyendo en lo que se escribe, vivir de acuerdo a lo que la pluma plasma, esa coherencia entre el decir y el hacer es lo que hace que un escritor conquiste verdadera admiración y respeto, este es sin lugar a dudas, el mayor legado que Mario Vargas Llosa dejó a la humanidad, creer en la Libertad y vivir en ella.
José Humberto Galiano La Rosa

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